miércoles, 21 de agosto de 2013

YO TAMBIÉN NACÍ EN EL 53.

Un 22 de agosto, concretamente


Mañana cumplo 60 años y dicen que hay que celebrarlo. Así se hará.

Barcelona, el día que nací yo ( en la misma fecha que treinta y siete años atrás lo había hecho mi padre, en Madrid) no era, ni por asomo, la que hoy es. Apenas habían pasado catorce años del final de la Guerra Incivil ( “no llegó la paz, llegó la victoria”, como se encargó de recordar el gran Fernán Gómez en Las Bicicletas son para el Verano) y la ciudad, sus gentes, luchaban por la supervivencia desde unas coordenadas en las que la esperanza su fundía con el temor.

A ella, a Barcelona, seguían llegando oleadas de inmigrantes, de Andalucía, Extremadura, Murcia, Aragón, Castilla… en busca de un futuro incierto. Los catalanes les acogían sin hacer distinción de lengua (casi oculta, clandestina, la catalana) y compartían con ellos sueños y quimeras. Las fábricas, el pequeño comercio, la construcción, eran la base de un sustento que si carecía de la mínima exquisitez sí paliaba hambres.

Aún no había llegado el 600 y los ocios ciudadanos (para el que pudiera permitírselo) iban del cine (sesión doble, salas de barrio, tortilla en la fiambrera); el teatro (con los grandes de la época en el Borrás, el Poliorama, el Barcelona), el Paralelo ( Carmen Amaya, Antonio Molina, Carmen Morell, Pepe Blanco), con El Molino, el Apolo y el Arnau para las varietés; el fútbol y los toros.

De Hungría había llegado otro dios rubio, (después del Platko de AlbertiLaszi Kubala para jugar en el F.C. Barcelona y en un año dejó pequeño el estadio de Les Corts, obligando a levantar el que aún se conoce como Camp Nou. Kubala lo acaparaba todo, más allá de lo estrictamente deportivo y, ante él, sólo un torero supo hacerle competencia, de igual a igual: Antonio BorreroChamaco”, llegado de Huelva de la mano de Don Pedro Balañá, para convulsionar a una ciudad que, por entonces, contaba con dos plazas de toros y daba más corridas que ninguna otra en el planeta taurino.


Fútbol y toros, Kubala y “Chamaco” fueron también, cuando apenas contaba cinco o seis años, mis ídolos. En los cromos y las cajas de cerillas estaban los futbolistas y, también , los toreros. Y aquellas en las que aparecían “Chamaco” y Kubala eran las más preciadas.

Sesenta años después, el escenario de mi niñez es otro muy distinto en el que (como gran fracaso de todos) sólo se repite – quien lo iba a decir- la lucha por la supervivencia, eso sí, convenientemente camuflada y maquillada. Por el camino (ley de vida le llaman) van quedando familiares, amigos, referentes… y uno mismo asume que cada cumpleaños es un desafío ganado pero un paso más hacia el abismo que es la muerte.

Jaime Gil de Biedma fue un poeta de la soledad que, como todos los poetas, incluso los más longevos, murió prematuramente. A él recurro para, ensayando el brindis que- seguro- mañana me tocará celebrar con (una parte) de los que me quieren, acabar este ejercicio de nostalgia ramplón y sensiblero.

“ Resolución de ser feliz

por encima de todos, contra todo,

y contra mí, de nuevo.

Por encima de todo ser feliz,

vuelvo a tomar esa resolución.

Pero más que el propósito de enmienda,

dura el dolor del corazón”



PACO MARCH