jueves, 4 de octubre de 2012

LOS TERTULIANOS

Todo lo saben, de todo opinan. Son los tertulianos, esos seres que se aparecen de continuo en emisoras de radio y televisión: Que crecen, se multiplican y propagan cual virus mutante.

En su composición los hay que fueron ministros o diputados, políticos variopintos y pintorescos, periodistas con o sin carnet, economistas y abogados, progres y fachas. También de los del corazón y las vísceras, deportistas, árbitros, especímenes diversos que componen, entre todos, un clan, una secta, una logia, repartida y repetida por el universo de las ondas hertzianas y las parabólicas de pago o no.

En la sociedad de la información transmutada en manipulación pura y dura, el medio no es el mensaje, convertidos los medios en holdings empresariales, hidras de muchas cabezas con un tronco común: la rentabilidad económica y, a ser posible, el beneficio rápido, allá penas las formas y el método.




Y ahí están ellos/as, tan ufanos (lo del neutro ya sabemos que ha pasado a mejor vida, pero lo utilizaré), pontificando, adoctrinando, corrigiendo, señalando, insultando, aplaudiendo. Sus rostros (caras, les define mejor), sus voces, invaden nuestras vidas. Nos persiguen, saltan de una cadena a otra, de una autonomía a otra (algunos cambian de cadena y de idioma con facilidad de saltimbanqui ) y lo mismo explican la teoría cuántica como el cultivo de la patata en Mesopotamia. Los hay moderados, otros irascibles, graciosos o malencarados, sentenciosos o no tanto, chulos o (pocos) dialogantes, cínicos, salvapatrias, perdonavidas, con pasado, con presente y con futuro. O sin él.

Se presentan, ya digo, como profesionales de algo y expertos en casi todo y los hay que incluso imparten lecciones de ética. Ahí, quien se lleva la palma es Mario Conde, (re)convertido ahora en apóstol de la regeneración moral, ética y estética y pelillos a la mar.

Se etiquetan como de izquierdas, de derechas o neutros (esos son, aún, más peligrosos) y en media hora, en una hora, pueden cambiar de tema tres, cuatro, cinco, las veces que convengan, y sus mentes prodigiosas acumulan datos, nombres (otra cosa es la veracidad, pero poco importa) que vomitan sin pudor y gesto de “te vas a enterar” mientras el resto hace muecas, gesticula (para desconcertar) o, directamente, interrumpe a voces y quien modera les observa con embeleso y les reconviene cuando, vía pinganillo, así se lo dictan.

Claro que también los hay que aportan sentido común, conocimiento del tema, actitud serena, pero, al poco, quedan engullidos por la jauría y, por lo general, no vuelven. No dan espectáculo.

Por cierto, siempre me pregunto cómo directores y subdirectores de periódicos (en papel, que aún quedan) encuentran horas para acudir a tantos platós día sí día también, mañana, tarde y noche. A la redacción ¿cuando van?.

En las nacionales, en las autonómicas, en las privadas, en las locales, ahí están: Pilar Rahola, Nacho Escolar, Paco Marhuenda, Isabel Durán, José María Calleja, Gistau, Miguel A. Rodríguez, Verstrynge (algún día habrá que dedicarle una tesis ), tantos y tantas, a los que añadir, así, en bloque, a los de “El Gato al Agua” con el susodicho Conde a la cabeza.

La viejas tertulias de cafés y salones, las que frecuentaban escritores, pintores, políticos, plumillas, aspirantes a poeta, damas de alta cuna o baja cama, en las que había espacio para la reflexión, el chiste, la cita erudita, a veces la conspiración, otras la conquista, convertidas en patio de vecindad aireado a los cuatro vientos. La modernidad, le llaman.
P.M.

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