miércoles, 3 de octubre de 2012

TERRITORIOS DE LA MEMORIA

El viernes 5 de octubre, Chamaco (su recuerdo) vuelve a Barcelona. Será en el Real Club de Polo, símbolo de una burguesía catalana que, en su día, se rindió, como el pueblo llano, a un torero que revolucionó la ciudad . Se proyectará el documental “Chamaco a mi manera” obra del periodista taurino onubense José A. Márquez, al que acompañarán Juan y Tono, hijos del diestro, junto a Marilén Barceló, vicepresidenta de la Federación Taurina catalana y el cineasta Agustín Díaz Yanes, cuyo padre “Michelín” estuvo en la cuadrilla de Chamaco. En una Barcelona, en una Catalunya, en la que el toreo está prohibido y estigmatizado, rendir tributo a Chamaco es no sólo un acto de justicia poética, sino también de resistencia que, en mi caso, toma caracteres que lindan con la intimidad. 

Por eso reproduzco aquí lo que en octubre de 2010 publiqué en Mundotoro y, por eso también me involucré en la idea, con la colaboración desde el primer momento de los arriba citados y alguno más. 

Ahora sólo falta que la afición responda. Por Chamaco, por la Barcelona taurina, por la libertad.


 Corría el año de 1955 cuando, en brazos de sus padres, un niño de apenas dos años acudía por primera vez a una plaza de toros, la Monumental de Barcelona. Nada excepcional, por cierto, ni en aquel tiempo ni en aquella plaza. El niño, seguramente dormido en el regazo materno, era uno más de cuantos llenaban el coso barcelonés como tantas otras tardes, sobretodo desde que un año antes, en 1954, un cetrino y enjuto novillero de Huelva a quien apodaban 'Chamaco' debutó formándose la revolución.

Cuarenta y ocho tardes en dos temporadas hizo el paseillo 'Chamaco' en Barcelona, antes de tomar la alternativa, convulsionando la vida de la ciudad hasta el punto de rivalizar en fervor popular con el gran ídolo Ladislao Kubala, futbolista húngaro del F.C.Barcelona que hizo pequeño el estadio de Las Corts obligando, con su poder de atracción, a la construcción de un nuevo coliseo futbolístico, el que aún hoy se conoce como Camp Nou. 

En los corrillos que a diario se formaban alrededor de la fuente de Canaletas, un espacio de libertad con sordina ganado a la dictadura franquista, los aficionados al fútbol y a los toros discutían educadamente acalorados y con Kubala y 'Chamaco' como protagonistas. El futbolista y el torero redimían de la gris realidad a una sociedad que, sin embargo, intentaba despertar del letargo impuesto por el miedo y la pobreza de una postguerra que todavía pesaba como una losa inamovible en la vida cotidiana.

El niño del inicio del relato, hijo de madrileño y catalana a su vez hija de la inmigración, creció testigo del ejemplo de unos padres de abnegada lucha por la supervivencia sin perder jamás la dignidad, una dignidad y un ejemplo de vida que tenían en el balompié y más aún en los toros los pocos momentos de alegría ahuyentadora de miedos y zozobras. 


Tanto era así que, valga la anécdota, el chaval, cumplidos los seis años, se negaba a pasar por la peluquería, aquellas peluquerías con olor a Floid y Varón Dandy, sí no le aseguraban que al mismo tiempo ese día esperaban a 'Chamaco', algo que, claro está, nunca se producía. Pasados los años, Kubala colgó las botas, 'Chamaco' los avíos, fueron otros quienes ocuparon el corazón de las gentes, el fútbol lo copó todo y el toreo está como está. Es decir, prohibido por ley en Cataluña y amenazado fuera de ella. 

El niño va para abuelo, luce calva donde habitaban rizos, pero intenta preservar el equipaje del alma. Un equipaje en el que junto a la familia y quienes hacen de la amistad solidario viaje, la pasión torera todo lo desborda. Y es por eso, porque se lo debe a sí mismo y, sobre todo, a sus padres, a Kubala (que toreaba a su manera con un balón en los pies), a 'Chamaco' y a todos aquellos que, vestidos de luces y sedas, mejor o peor, con arte o con miedos, ponen su vida en juego frente a un toro, que es la muerte, por lo que no cejará un solo instante, con las razones del corazón y las armas de la palabra, en la lucha necesaria para recuperar la alegría arrebatada con siniestras operaciones de mercadotecnia política que han llevado al arte mayúsculo, efímero y luminoso del toreo al tunel de las tinieblas, del que medio millón de firmas quizás puedan rescatarlo, mientras el ansiado retorno de José Tomás supone- evocando al escritor francés Jean Cau- algo similar a la gozosa espera de los Reyes Magos.

Territorios de una memoria que, de vez en cuando, conviene explorar pues en ellos está la esencia de lo que somos, el tiempo que nos queda. La nostalgia es un error, el olvido una traición. 
P.M.  

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